Tras la buena acogida del post de la semana pasada, en la que recordábamos la entrevista que nuestro colaborador Jesús López Ortega le hacía a Juan Antonio Almagro Escabias, “Manzano”, volvemos hoy con un nuevo post para volver a poner sobre el papel otras de las entrevistas realizadas en su sección. Esta vez a Manuel Aceituno Pareja, conocido por todos como “El Llero”, realizada en 2002, cuando el entrevistado tenía 81 años.
Manuel nació un 15 de diciembre de 1920 en el cortijo El Saltadero, en plena sierra valdepeñera. Sin embargo, no fue inscrito en el Registro Civil de Valdepeñas hasta un mes después, el 15 de enero de 1921. ¿Y por qué este retraso en su inscripción? Sus padres, Antonio Aceituno y María del Pilar Pareja Guillén, tenían un motivo: si retrasaban la fecha de su nacimiento evitarían su incorporación a filas, ya que cuando fuera su edad para hacerlo su padre ya habría cumplido los 60 años y según la normativa del momento, esto lo evitaría. Sin embargo, los planes no salieron así y Manuel tuvo que incorporarse al ejército. Además, en plena guerra civil española. Su periplo no acabó aquí. Como fue alistado por el ejército que luego resultó perdedor, fue en un campo de concentración en el que, las condiciones de vida, no podemos imaginarnos cómo serían.
Antes de esta dura experiencia vital, Manuel supo lo que era el trabajo duro desde temprana edad. “Desde los ocho o nueve años de edad hubo de iniciarse en el cuidado y la guarda de cerdos, que servían para el consumo y sustento familiar. Después, con doce o trece comenzó con el pastoreo de cabras, actividad en la que se mantuvo hasta los dieciséis, edad con la que cogió por primera vez una yunta de mulos y comenzó a dedicarse a las faenas del arado”, explicaba Jesús en su entrevista. Este pronto comienzo en el trabajo hizo que en lo que a su actividad formativa se refiere se limitara a lo que su padre le había enseñado. Se medio defendía para leer y escribir su nombre con letras sueltas. Eso sí, él le dedicó empeño y sus conocimientos fueron aumentando y perfeccionando posteriormente a lo largo de su vida.
A partir de edad, la de 16 años, comienza una etapa muy dura en la vida de Manuel. Primero, el 25 de julio de 1937, muere su hermano Antonio en el frente de batalla de Brunete. Después se produce su incorporación a filas y su paso por el campo de concentración. Poco después fallece también su hermana mayor, Dolores, en el transcurso del parto de su cuarto hijo.
Años después, concretamente el 6 de diciembre de 1948, con 27 años, contrae matrimonio con Ana Escabias Machuca, su primera esposa. Sin embargo, la mala racha de Manuel no había acabado. “En diciembre de 1950 muere su madre. Días después, muere Magdalena, su única hija, con tan solo quince días. Y apenas tres meses más tarde, en marzo de 1951, muere también su padre. Este trágico y maldito semestre para él y su familia acabaría dos meses más tarde, en mayo del mismo año, con la muerte de su esposa”, relataba Jesús en su entrevista. Y continuaba: “Tanta desgracia personal iba acompañada también de un fuerte endeudamiento económico, pero Manuel supo continuar con su vida con lo único que tenía entonces, es decir, su yunta de mulos para realizar sus labores agrícolas”.
La vida de Manuel comenzó a dar un giro un año después de esta desgraciada época. Y es que en mayo de 1952, con 31 años, se casó por segunda vez. Lo hizo con Filomena Álvarez López, una sobrina de la mujer de Custodio.
Con Filomena tuvo tres hijos: María Dolores, que falleció a los diecisiete meses de edad; una segunda hija a la que pusieron de nombre también María Dolores; y Ana, que debe su nombre al recuerdo de su primera mujer. Sin duda, Filomena y sus hijas le devolvieron la felicidad que tiempo atrás se le había arrebatado.
“A los 35 años, tras dos o tres temporadas de malas cosechas agrícolas por culpa de la meteorología, así como el deseo de pagar o saldar las deudas de su semestre trágico, opta por dedicar su vida a la ganadería, por lo que se trasladó hasta Trujillo, cerca de Montefrío, en Granada. Allí ejerce esta actividad durante nueve años, cuando decide volverse para su Valdepeñas natal y continuar desarrollando la misma labor en la finca y cortijo de Carboneros hasta los 63 años”, explicaba Jesús.
Jesús no dejó la oportunidad durante la entrevista de preguntarle a Manuel por la vida en Valdepeñas y en la sierra, sobre todo durante la época de la guerra y la posguerra. “Nos comenta Manuel que, en la sierra, las infraestructuras sociales básicas eran muy deficitarias, pues, por ejemplo, en educación sólo había algunas personas que ejercían como enseñantes acudiendo a algunos cortijos donde percibían algún tipo de contraprestación económica por las enseñanzas que transmitían, pero realmente carecían de la titulación de maestro; era pues una educación que no llegaba a todos, no era gratuita y tampoco estaba garantizada. Por otra parte, en cuanto a la atención sanitaria, la situación era, si cabe, aún más lamentable. El enfermo se aguantaba hasta no poder más, pues al médico se le llamaba sólo en casos excepcionales, ya que había que ir a buscarlo a Frailes o Valdepeñas, recorriendo caminos de caballería, ciertamente muy malos, y durante dos o tres horas de camino. El trabajo y la producción económico-social de nuestra sierra sólo y exclusivamente podía ampararse en una actividad ganadera y agrícola, esencialmente de subsistencia” le contaba Manuel a Jesús. Y continuaba: “La indumentaria tampoco se extralimitaba en argumentos de modas o de nuevas tendencias en el vestir, se buscaba la practicidad para el trabajo y para el entorno ambiental en que se vivía, acomodándose siempre a las posibilidades económicas de cada familia”. “Y en cuanto a las actividades ociosas de nuestra gente de la sierra consistían en visitarse por los cortijos (aunque las mujeres no lo hacían) y compartir algunos ratos juntos haciendo comentarios del tiempo meteorológico, de la familia, de los vecinos, o de los últimos acontecimientos de la zona o el lugar, así como para alguna celebración”.
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