Retomamos un nuevo reportaje de una de vuestras secciones favoritas de Lugia: la de ‘Valdepeñeros por el mundo’. Una sección en la que hablamos con aquellos valdepeñeros que, por una cuestión u otra, tienen un gran bagaje tras de sí fuera de nuestro pueblo. Eso sí, todos coinciden en el mismo punto: llevan a Valdepeñas muy dentro y lo extrañan mucho.
En este post vamos a daros un adelanto de las entrevistas que publicaremos en la próxima edición de nuestra crónica. Concretamente, hemos hablado con Eva Amate y Baltasar Infante. ¡Vamos a ver qué nos cuentan! Pero recordad que esto es solo un pequeño adelanto, así que no os perdáis las entrevistas completas en nuestra próxima edición.
Eva Amate Gallardo tiene 31 años y es licenciada en Arquitectura por la Universidad de Granada y Magíster en Diseño por la Universidad de los Andes (Colombia). Gracias a estos estudios ha trabajado en diversos proyectos arquitectónicos tanto fuera de España, como en Colombia o Italia, como en nuestro país, donde recientemente ha formando su propio estudio junto a su pareja, Amate+Saga, donde fusionan la arquitectura, el diseño estratégico y la investigación.
Si tuviera que elegir algunas ciudades que le han dejado huella, lo tiene claro. “Dentro de España elijo Granada, por ser la ciudad en la que estudié y porque, a pesar de ser una ciudad relativamente pequeña, cuenta con una riqueza histórica, cultural y arquitectónica de máximo nivel”, nos cuenta Eva. Y continúa: “Fuera de nuestras fronteras elijo Medellín (Colombia), por el factor sorpresa. Medellín es famosa por la violencia que sufrió en los años 80-90 pero hoy en día es un ejemplo de superación y, sobre todo, un caso real de cómo una buena gestión urbana puede repercutir positivamente en la calidad de vida de sus habitantes. También mi actual ciudad, Turín, que es realmente impresionante”.
Quisimos que Eva nos hablase también de aquellas personas que habían marcado de una forma u otra su camino académico y laboral. Y esto fue lo que nos dijo: “Ha habido muchísimas personas que han marcado mi camino tanto profesional como personal. Quisiera destacar a mis dos grandes mentores: de la carrera en arquitectura, Rafael de Lacour, mi profesor de proyectos de tercero y tutor de PFC, y de la maestría en Diseño, Christiaan Job Nieman, diseñador colombo-holandés”.
Vivir fuera de España siempre trae consigo situaciones más o menos divertidas que vienen marcadas por las tradiciones o el idioma. Y Eva no es una excepción. “Cualquiera podría pensar que he tenido problemas con él inglés o el italiano, pero puedo asegurar que las risas más grandes las hemos tenido con malentendidos colombo-españoles. Hay muchísimas palabras que significan cosas totalmente diferentes en Colombia y en España (y sí, lo que en un país es algo inocente, es muy posible que en otro tenga una connotación lasciva)”, nos cuenta divertida.
“También quisiera destacar otra historia, aunque más que anécdota es experiencia vital. Realicé mi tesis de Maestría en Diseño en uno de los barrios informales de Cartagena de Indias (Colombia), en el que se convive con índices muy altos de violencia y precariedad. Pero una vez dentro del barrio era como estar en casa. La gente me conocía, me invitaba a sus hogares, me contaba sus sueños y me daba de comer. Ellos tenían pocos recursos, pero les sobraba corazón”.
Eva termina su entrevista hablándonos, como no podía ser de otra forma, de Valdepeñas y de lo que echa de menos: “Sobre todo, a mi familia. Por otro lado, en el extranjero me falta el sentimiento de pertenencia a un lugar. Que salgas a la calle y conozcas a la gente, que vayas a cualquier sitio y te sientas parte de él. Es cierto que en cada ciudad he sabido encontrar mi espacio, pero al final siempre se siente como algo temporal. Por el contrario, una nunca deja de ser valdepeñera y volver al pueblo es volver a casa”.
Vamos a hablar ahora de Baltasar Infante Fuentes, también de 31 años y licenciado en Ingeniería de Telecomunicaciones por la Universidad de Granada. Tras varios años trabajando en Barcelona en una empresa de software, Baltasar se fue a Australia en octubre de 2017 con el visado Working Holiday, lo que le permitió pasar un año allí.
“En mi caso, durante 11 meses, viví en Sydney, Shepparton y Cairns. Trabajé de ayudante de cocina, de camarero, de barman y también recogí manzana durante 3 meses. Además de vivir en esas 3 ciudades, viajé con un amigo español que vino a visitarme durante 1 mes. Compramos un coche entre los dos, recorrimos toda la Costa Este y buceamos en la gran barrera de coral”, nos cuenta.
“De vuelta en Valdepeñas, a finales de 2018 y sin saber muy bien cuál sería mi siguiente destino, acabé pasando todo el año 2019 en casa. Después, decidí hacer uso del visado Working Holiday una vez más y, en febrero de 2020, aterricé en Osaka, Japón”, nos dice. En este país se encuentra desde entonces y ha trabajado en varias ciudades durante todo este tiempo. “Hace un mes llegué a Tokyo, donde, si la situación no cambia, estaré hasta el final de mi visado trabajando para una empresa hotelera centrada en los Juegos Olímpicos”, asegura.
De todos los lugares que ha visitado, estas son las ciudades que, por un motivo u otro, más han marcado a Baltasar. “El primer lugar reseñable que se me viene a la mente es Linköping, en el sur de Estocolmo. Todo era nuevo para mí y el principio no fue fácil, pero supuso el primer peldaño hacia el tipo de vida que me gustaría tener y, por suerte, estoy teniendo”, nos explica.
El siguiente lugar que me cambió lo encontré en España, en Barcelona. Fue mi primera toma real de contacto con el mundo laboral. Allí pasé 3 años, donde mi vida era muy buena, pero algo me decía que tenía que seguir descubriendo mundo. Y así es como llegué a Australia. Cuando llegué sólo tenía unas noches reservadas en un hostal de Sydney y eso era todo. No conocía a nadie, no sabía si podría encontrar trabajo ni dónde acabaría viviendo. Esa sensación de incertidumbre y de seguridad, lejos de achicarme, me hicieron crecer como no lo había hecho en mis anteriores vivencias”, asegura.
“Y por último destaco Japón, país que escogí por varias razones, su cultura, su gastronomía, su idioma y el hecho de que los Juegos Olímpicos se iban a celebrar en 2020, aunque se hayan aplazado”, dice.
En cuanto a las personas que han marcado su camino académico y laboral, destaca a varios profesores: “Antonio Villodres fue mi mejor profesor de inglés y creo que, de alguna forma, hizo que creciera en mí un interés por la lengua de Shakespeare y Antonio Torres me ayudó a ver lo que me esperaba si decidía optar por una carrera de Ingeniería. Una vez en Ingeniería de Telecomunicación, hubo varios profesores que me marcaron, pero si tuviera que resaltar a unos pocos serían David, profesor de Física, Diego Pedro, profesor de Análisis de Circuitos, Antonio García Ríos, profesor de Electrónica Digital, Gabriel Macías, profesor de Sistemas Telemáticos y Andrés Roldán”.
Como todos nuestros valdepeñeros que han pasado por esta sección, Baltasar también tiene varias anécdotas de su vida fuera de España. Si tuviera que rescatar alguna anécdota me quedo con las que me han hecho crecer como persona, las que me han enseñado a valorar lo que tengo y a quien tengo a mi lado y las que me han hecho ver que la línea entre nacer en unas circunstancias u otras es muy delgada. Por ejemplo, mientras esperaba al ferry que me llevara de Banda Aceh (al noroeste de Sumatra) a Pualu Weh (pequeña isla volcánica famosa por el buceo), un chico indonesio se me acercó y empezamos a hablar. Él no hablaba inglés y yo no hablaba indonesio, así que la conversación avanzó lentamente a través de Google Translator. Era taxista y quería mejorar su inglés para desenvolverse mejor con los clientes extranjeros. Me llevó a dar una vuelta por la ciudad y yo le invité a cenar. Mientras hablábamos, durante la cena, me contó que la tragedia le golpeó en 2004, cuando uno de los tsunamis más terribles que se recuerdan destrozó parte de la ciudad y le arrebató a casi toda su familia excepto a su hermano pequeño. Ese día había estado trabajando fuera, en otra ciudad. Cuando volvió por la tarde se encontró con un mar de ruina y desolación”, recuerda.
Y, nuevamente, acabamos mirando hacia Valdepeñas. “Con el paso del tiempo y con los viajes he ido aprendiendo a no echar de menos, a estar presente en el lugar en el que me encuentro y a intentar aprovechar al máximo lo que estoy teniendo la oportunidad de vivir. Dicho esto, echo de menos a mi familia y amigos”.
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