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Cuarto pregón de la romería: Un viaje a cómo nació la devoción por el Cristo de Chircales





Pasado mañana es el primer domingo de mayo, día en el que, en circunstancias normales, hubiéramos celebrado nuestra querida romería. Debido a la situación, el próximo día 2, y tal y como anuncia la Cofradía del Santísimo Cristo de Chircales en su perfil de Facebook, se celebrará una Eucaristía en la ermita a las 10:00. Debido a la imposibilidad de asistir, podéis realizar su seguimiento desde aquí.


Por nuestra parte, queremos seguir con nuestro particular repaso a los pregones que se han realizado en honor del Cristo de Chircales. En esta ocasión, vamos a recuperar el cuarto pregón, el realizado en el año 1993 y que corrió a cargo de Ricardo de Villegas y Méndez Vigo.



Ricardo de Villegas y Méndez Vigo, pregonero.


Comenzaba así: “Cuando Juan Infante Martínez me pidió que fuese el pregonero de la Romería del Santísimo Cristo de Chircales acepté de inmediato. ¡Qué mayor alegría y honor para mí que venir a este pueblo que tanto quiero a reunirme con todas sus buenas gentes, como otras veces, y a menudo he hecho, gozar de la compañía de las personas a las que hace años he visto crecer y envejecer!”. Y continuaba con un pequeño verso:


“A este pueblo yo venero

por ser honrado y ser noble;

porque amigos sois que quiero,

desde el alto caballero

hasta el labriego más pobre”.


Al que le siguió uno para el Cristo:


“Porque sé que si en Chircales

nuestro Cristo abre sus brazos

amorosos a los mortales,

los vuestros miro yo iguales,

porque sé con alegría

que este Cristo es ya la enseña

que nos conduce y nos guía.

Bien supo Él que lo hacía

cuando vino a Valdepeñas”.


En primera instancia, el pregonero confesaba su desasosiego por no estar a la altura de sus predecesores, ya que “ninguna de las ideas” que les venían “era la buena”. “Así las cosas, una noche, en el Toril, a la vera del fuego, entre el velar y el dormir, me sentí sumergido en una especie de vorágine del tiempo”.


Y es ahí cuando el pregonero comenzó con la historia de la fundación de nuestro pueblo: “Un buen día, el 29 de abril de 1539, en los Osarios, entre los ríos Susana y Ranera, un hombre de pelo cano, alto, enjuto, vestido de negro, y que se hace llamar D. Juan de Rivadeneyra, acompañado de otros tres, trazan, dirigiendo a los gañanes de los arados, límites de solares, calles, plazas... Y una vez trazados, D. Juan, con voz fuerte y sonora, afirmó: 'Este lugar que se funda se llamará Valdepeñas y será multada toda persona que le llame de otra manera, en cien maravedíes, que servirán para ayudar a la obra de la Iglesia, que tendrá como patrón a Santiago'. Dicho esto, ordenó a sus ayudantes que en la plaza trazada se señalasen los solares para la casa del Concejo, carnicerías y tiendas, así como la Iglesia, Sacristía y Torre. Un mes después comenzaron a llegar a la zona señalada, y a construir cosas, corrales y edificios, los nuevos pobladores. La mayoría habían sido vecinos de Jaén, aunque algunos procedían de Torredelcampo, Jamilena, Martos, Córdoba y Valladolid. Cuarenta y seis eran labradores, seis albañiles, diez guardas de a pie de Su Majestad y once de la Guardia de a caballo, un Doctor y oidor de Valladolid, D. Luis Torres, un Escribano, D. Pedro de Ojeda, un licenciado, Carvajal, dos Procuradores, dos sastres, dos herreros y un miembro de cada calderero, espartero, tinajero, y batidor de oro. El paso del tiempo vio crecer la villa, levantarse casas y corrales, construirse la torre y la iglesia, labrarse huertas…”.



Durante el pregón.

Proseguía así: “Hacia la segunda mitad del siglo XVII, en una noche abrileña, en la que todavía soplan los fríos vientos que vienen de la Pandera, con algo de las últimas nieves en su altura, cuando cansados de su trabajo los eremitas se calientan al fuego en sus cavernas, suenan gritos, aullidos y un trotecillo de bestias, salen de sus refugios y ven, en la oscuridad, un hombre desplomado sobre el cuello de su caballería, y tras él dos lobos que intentan morder las patas de los animales. Rescatan al jinete y lo introducen en su guarida. Cuando el extraño despierta, les relata que es mercader de paños. Cuando quiso seguir su camino, ofreció a aquellos buenos hombres, en obsequio, alguno de sus valiosos paños bordados. Ante la sorpresa de todos, apareció ante ellos un gran lienzo, en el que estaba pintado de forma sencilla, bella y devota, un crucificado, que tiene a sus pies, a la derecha, a la gloriosa Santa Marra, y a la izquierda, al apóstol preferido y más querido, y que pronuncia el perdón para todos. Quedaron maravillados los presentes y, alegres por aquella muestra de favor divino, aceptaron del agradecido mercader el obsequio de la imagen. Desde ese momento, los solitarios entronizaron la imagen en la cueva mayor y más confortable de las que ocupaban y diariamente rendían culto a aquella bendita imagen, a la que nunca faltaban luminarias y flores del lugar. Por la región se extendió la historia de la pintura y acudieron primero gentes curiosas, luego devotas, y comenzaron ante él los rezos, oraciones y súplicas, seguidas, por su gran bondad de agradecimiento y ofrendas, hasta tal punto que, en breve tiempo, el Cristo, al que se le denominó de Chircales, era conocido por todos los de la región, no sólo valdepeñeros, sino castilleros, fraileños y marteños, acudiendo a su ermita desde todos los confines”.



Asistentes al pregón.

Muchos años después, cuando el cólera asoló Valdepeñas, “los vecinos de la calle Sisehace ofrecen, si no entra la odiada epidemia en su calle, hacer fiestas al Santísimo Cristo de Chircales, el 14 de septiembre de cada año, uniéndose diez familias para costear tal promesa, que se cumple desde dicho año, uniéndose veinte años después otros quince vecinos, de la misma calle, ante el nuevo brote de cólera que ataca a Valdepeñas en 1854, y decidiéndose que el Cristo se trajera a Valdepeñas para hacerle aquí esa gran fiesta de gratitud. Dos años después, viendo el pueblo que en dicha calle no se habla dado ningún caso de cólera, se quisieron formar nueva cofradía y convocado el Cabildo General se decidió unirse todas en una sola Congregación”.

Para finalizar, el pregonero pide a los valdepeñeros: “Cuando pasado mañana, alegres y alborozados nos encontremos en la romería, a la vera de la ermita, orando al Santísimo Cristo, y, posteriormente, dando rienda suelta a nuestro contento, podamos sonreír amablemente a todos los asistentes; que no quede en nosotros la más mínima rencilla, enemistad o enfado y, aprendiendo la lección que nos da constantemente nuestro amado Cristo, perdonar a nuestros ofensores, regar perdón a aquellos que dañamos u ofendimos, y sentirnos todos, sin excepción, hermanos amantes, que dan cumplimiento al divino mandato de amar, y que tienen la suerte de vivir en esta bella tierra a la sombra de la bendita imagen”.

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